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México supo del danzón cubano desde 1868 y cuando los cubanos lo interpretaban era más apegado a la danza habanera; para entonces este danzón se bailaba separado, (no de cuerpo a cuerpo) como se hacía en los bailes de cuadrillas, el minuet, las mazurcas y los rigodones, con unos vistosos arcos de flores que daban a la ejecución un aspecto singular y romántico.


El danzón llegó a Yucatán, vía Puerto Progreso, arribando simultáneamente a Campeche y Champotón, siguiendo el litoral hasta Alvarado y el puerto de Veracruz, para continuar después su viaje hasta Tuxpan y Tampico. Siempre el triángulo: Cuba-Yucatán-Veracruz para recibir disidentes políticos y músicos emigrantes.


De 1868-1878, tuvo ascendientes aburguesados y popularizándose para 1879 cuando lo dio a conocer Faílde y Pérez a su manera: con una forma y estilo ya pre-intencionado para que lo bailara todo mundo en el teatro Albusi y después en el Liceo Matanzas. El cinquillo africano le concedió otro movimiento, otra coreografía, otra cadencia y otra sabrosura, permitiéndole con esta adición ser ya en nuestro territorio marco de “guateques” y “jamaicas” en los patios veracruzanos, por ejemplo; donde combinado con el ron lo convirtieron en sujeto de “faca y aguardiente”.


Yucatán en plena guerra de castas, recibió el estilo a través de sus músicos casi todos ellos pertenecientes a la casta divina, motivo por lo que el danzón de estos lares resultó serio y recatado: a la medida de sus gentes, agrupaciones, uniones, y sociedades musicales y literarias, que pugnaban más por el molde europeo que por el latinoamericano el pleno desarrollo.


De rompe y rasga, popular y cotidiano, comenzó a serlo desde 1905 cuando adquirió carta proletaria masificándose en “quintas”, prostíbulos, cabarets y vecindades quintopatieras con la alcahuetería del fonógrafo y discos 78rpm de la Columbia Record que reproducía danzones interpretados por orquestas cubanas de Enrique Peña, la Orquesta Reverón o la de Raimundo Valenzuela; respondiendo lo producido en México con: “Danzones veracruzanos” grabado en 1905 y  “El aguanta” de Miguel Lerdo de Tejada.



En los años 20, con la apertura del salón México, el danzón de hizo leyenda que perdura hasta nuestros días gracias a su sabor, erotismo, magia y color.



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